MONARQUISMO MEXICANO: VALORES MCV

01.09.2019

¡MONARQUISMO!

Los vaivenes de la política republicana clásica tienen una constante, la desestabilidad, esto debido a, por la transición en la jefatura del estado entre diferentes ideologías, el transcurrir de una presidencia liberal a una conservadora, de una neoliberal a una en donde el Estado tenga intervención económica, etcétera, provoca incertidumbre en el momento vorágine de estas mismas transiciones, por ello, la representación máxima del Estado mexicano debe ser una persona comprometida ampliamente a la representación, no de una ideología, sino de todo el pueblo mexicano (porque sí, incluso aquellos políticos que pudiesen decir buscar representar a todo el pueblo, pueden, simplemente, buscar embelesar los oídos, para, al final, embelecarnos).

Ahora bien, planteemonos que nuestra decisión respecto de nuestro presidente sea érronea, y que su negligencia -que bien puede también estar arraigada en su partido político- no le permita ver más allá de sus propios caprichos políticos e ideológicos, ¿quién entonces podría asegurar la estabilidad? Si la presidencia, e inclusive, en muchas ocasiones, también el poder legislativo (en razón de la ideología del partido) están tomadas por esa negligencia del liderazgo presidencial ¿quién habría entonces de poder lograr un contrapeso institucional, en razón de la población mexicana? Porque incluso las asociaciones civiles están en ese sentido, organizadas, en razón también de una ideología que podría entonces no escuchar legítimamente toda la voz social mexicana.[1]

El monarquismo parlamentario, con un monarca con facultades constitucionales nos da muchas bondades, una de las más importantes, pero poco explícitas, es que la población renuncia al poder absoluto, y también, en realidad, lo hace el monarca. Una población que no aspira al presidencialismo supremo (ser jefe de estado y de gobierno, cabeza del ejecutivo, y además comandante supremo de las Fuerzas Armadas) nos da una población que está cediendo en favor de la estabilidad, porque ni en el semipresidencialismo hay certidumbre política, pues bien, aunque la jefatura del estado y del gobierno estén separadas, con un presidente -jefe de estado y comandante supremo- y un primer ministro -jefe de gobierno-, estos dos accedieron ahí en virtud de su partido, que tiene entonces cuanto menos un conceso ideológico, el primer ministro siempre estará ligado a las mismas doctrinas ideológicas del presidente. No hay certeza; no hay contrapeso.

Ahora imaginemos que el jefe de estado, en virtud de su posición, se desalineó y se ajustó a únicamente servir al bienestar del pueblo, no dedica más en su vida que a eso, no le rinde cuentas a los partidos, no se los rinde a las instituciones, se los rinde al pueblo. Con un planteamiento similar al anterior, donde se elegió un presidente érroneo, -que en este contexto sería un primer ministro- la jefatura del gobierno y el poder legislativo, en virtud del parlamentarismo podrían haberse enajenado en una doctrina que es negligente, que no ve por el bienestar. Después de un debido tiempo de gobierno donde el primer ministro hubo de mostrar su incapacidad para el buen gobierno, y se gestó la incertidumbre y el enojo social, sí hay una garantía de estabilidad, el monarca, emperador en México, tiene -idealmente- la facultad de disolver el gobierno o el parlamento y convocar a unas nuevas elecciones extraordinarias, donde la gente puede votar ya con conocimiento de la negligente actitud de ese primer ministro, de ese partido; de su ideología, y no tuvieron que esperar incesantes 6 años, como en la caso es en México, para cambiar el jefe de gobierno.

Jorge Luis Pimentel. @JLPimentelM

Líder Nacional del Movimiento Conservador Verde

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