CÓMO LA CULTURA ESTÁ MEJOR PROTEGIDA EN EL MONARQUISMO
La monarquía constitucional parlamentaria tiene bondades innovadoras frente a la república, eso es innegable, pero erróneamente circulan por redes falsas bondades del sistema. Una de ellas hace referencia a las monarquías protestantes, donde bien, en pro de políticas progresistas, cosas como el aborto o el llamado matrimonio igualitario están legalizados; esta situación no responde a un orden monárquico, ni siquiera a uno republicano realemente, sino a la desventura social generalizada donde se ha relativizado la vida y la familia. Sin embargo este no es el tema que gusta tocar este artículo, sino otro más particular, referido en concreto a la cultura.
Las monarquías protestantes nacen de la mano de la reforma protestante; sin engañarnos, muchas con el ánimo de ejercer un control político que se sobrepusiera a la autoridad de la Santa Sede, es decir, estas Coronas, como la danes, la noruega, o la propia Corona británica, rompen con Roma no por discrepancias teológicas sustanciales, sino en ánimos de no depender religiosamente de Roma y tener un control político mayor, pues concentrarían también el poder religioso, es así que muchos de estos monarcas, en aquel momento, se situaron como cabezas de sus Iglesias protestantes nacionales.
Hoy es certero decir que ya no ejercen ese poder necesariamente; incluso algunas de estas coronas ya han prescindido de los títulos que los situaban como jerarcas de sus Iglesias nacionales. No obstante, si bien algunas de estas Coronas hicieron un punto y seguido (no ejerciendo influencia teológica ya sobre de ellas) el Estado en sí no lo hizo. Estas Iglesias y sus destinos están irrevocablemente casadas con los vaivenes políticos, pues no han dejado de ser, muchas de estas, las reconocidas Iglesias nacionales. Por tanto, si de buenas a primeras el Gobierno decidió legalizar los matrimonios homosexuales, más temprano que tarde las Iglesias nacionales lo harían, y así fue.
Esa es una desventaja objetiva del monarquismo protestante, vender la cultura de la cristiandad no a los cristianos y a una teología justa, sino a los intereses políticos. La monarquía católica, como bien la de España (aunque esta bien se podría mejorar), no liga el destino de las cristiandad a los deseos políticos y, al contrario, la Corona, como se esperaría la protestante también debería, sirve como una figura de continuidad en el cambio. Situaciones como el matrimonio homosexual es algo que ciertamente no responde a los deseos del cristianismo, pero que así ocurre en las monarquías protestantes porque sus Iglesias nacionales responden al interés de Gobierno, no de la liturgía. Esto es, pues, una clara acción de malversación cultural, que responde, como ya dijimos, no a un interés cristiano, sino ideológico, impuesto además.
El monarquismo católico, lejos de no poderse concebir otro en México (por ser mayoritariamente católico), también es bondadoso para el protestante, porque le da la certeza de que, a la Iglesia protestante que asista, esta ha de responder, idílicamente a un estricto sentido cristiano, o cuanto menos a sus propios intereses, pero no a los deseos caprichosos del Gobierno o por la presión social generalizada del consenso progresista. Esto no significa que la Iglesia católica esté vinculada el Estado, ejemplo de esto, de nuevo, es España, el rey y la familia real es católica, pero el Estado es aconfesional, pero el monarca no podría dejar de ser católico porque es él y su familia una representación del arquetipo cultural español y, guste o no, ese arquetipo en términos generales es, cuanto menos en lo cultural, católico, y, en el caso de México, con quienquiera que fuese el emperador, ocurriría lo mismo.